Tal es lo que busca el poeta ausente y perdido: la palabra. La palabra que es paradoja y metáfora, logos y absurdo, verdad profunda en los sótanos de la realidad en donde los monstruos conviven con las quimeras, las ensoñaciones con las pesadillas, reflejo en simetría de los espejos que oran desde los versos de un poema. Y entre palabras el escribano es desde su atalaya notario de realidades, vigía de la naturaleza humana, esa que se eleva y se arrastra, la que sólo se redime por el lenguaje, escritura ardiente en una tarde sin sombras, preso ya de ese huésped, el de la palabra, que lo invade y lo habita para encerrarlo en el círculo perfecto del eterno retorno, en el epílogo del agua y el fuego.