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La preocupación en torno al mal ha sido una constante en la historia de la humanidad. En el siglo XX, en un panorama de posguerra, el pensamiento de Hannah Arendt se ocupa de éste. En una primera lectura de Orígenes del Totalitarismo vemos que Arendt entiende por mal radical la transformación obligada de la naturaleza humana de manera que lo esencial para vivir una vida humana queda aniquilada, es decir, la pluralidad, la espontaneidad, la natalidad y la individualidad. El régimen totalitario ideó las condiciones que contribuyeron al mal como radical haciendo que sus líderes volvieran a los seres humanos superfluos. Más tarde Arendt, al conocer al ex nazi Adolf Eichmann, sostiene la categoría de la banalidad del mal. Para Arendt, Eichmann no era un monstruo ni un demonio pero sí fue un agente del mal radical o absoluto, En Eichmann no encontramos cualquier tipo de motivación personal e incluso cualquier razón de tipo instrumental donde el aniquilar la existencia de seres humanos fuera un medio para alcanzar un fin. Por lo anterior, en este texto se reflexiona sobre un nuevo tipo de mal, característico de nuestras sociedades contemporáneas, a saber: el mal banal.