En este libro se exponen dos pilares de lo que el capitalismo bautizó como economía verde. Por un lado, la aprobación de los derechos de propiedad en la Cumbre de Río de Janeiro de 1992 bajo la premisa de que solamente los bienes privados se pueden conservar bien. Fue así cómo se aprobaron los derechos de propiedad sobre la atmósfera y la puesta en funcionamiento de los mercados: en concreto, el de los permisos de emisión de gases de efecto invernadero que serían instaurados por el Protocolo de Kyoto en 1997, que justificaba y legitimaba los derechos de propiedad sobre lo vivo y la organización de mercados sobre la biodiversidad. Los bienes comunes, gestionados durante siglos por comunidades autóctonas, se convirtieron así en bienes privados propiedad de las grandes empresas capitalistas y extranjeras. Por otro lado, los autores critican el engaño que supone hablar de los llamados recursos renovables frente a los recursos fósiles. Con ejemplos como el del coche eléctrico, apuntan a que no puede denominarse verde un producto en el que para su construcción es necesaria la creación de aleaciones de metales raros, como el litio, así como el uso de grandes cantidades de agua para la extracción de estos minerales en aquellas regiones que generalmente carecen de ellos.