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Día en Las Ventas, Un

Día en Las Ventas, Un

Día en Las Ventas, Un


  • autor: Juan Pelegrín; Luis Francisco Esplá (textos)
  • editorial: Bellaterra
  • año: 2010 (1 edición)
  • idiomas: Español
  • dimensiones: ancho 23.0 cms., alto 30.0 cms.
  • peso: 1800 grs
  • ISBN: 84-7290-501-2
  • ISBN 13: 9788472905016
  • páginas: 328
  • encuadernación: rústica
  • color: color
  • Disponibilidad: Disponible

P.V.P.: 50,00 € IVA incluido
descripción

Toro, tensión, miedo, alegría, fracaso, triunfo, Puerta Grande; milagro. Un día en Las Ventas, nos introduce en la complejidad de la corrida de toros en la primera plaza del mundo desde que empieza a prepararse hasta que los matadores salen del coso por su propio pie o por la Puerta Grande. Las fotos de Juan Pelegrín y los textos de Luis Francisco Esplá trazan un inusual retrato de la Plaza Monumental de Las Ventas. A principios del siglo XX, la antigua plaza de la carretera de Aragón se había quedado pequeña; el aforo era insuficiente para la afición de Madrid. Se barajaron dos opciones: ampliar la vieja plaza, proyecto defendido por los taurinos más conservadores y románticos, con el diputado Juan Aguilar a la cabeza, o construir un nue-vo coso cuyos planos tenía ya trazados el arquitecto Juan Espeliú, pues su gran amigo el matador de toros José Goméz «Joselito» le había propuesto la idea de construir un plaza monumental, que permitiera ver el espectáculo a una gran cantidad de aficionados y, además, abaratar el precio de las entradas. En 1918, la Diputación de Madrid compró un terreno en las llamadas Ventas del Espíritu Santo –de ahí su nombre–, junto a los barrancos del arroyo del Abroñigal. El anuncio de la nueva ubicación, en el extrarradio de la capital junto a míseras casas y sobre el camino que llevaba al cementerio de La Almudena, suscitó algunas críticas. El solar había sido adquirido a la familia Jardón, que se quedó con la gestión de la futura plaza de toros por un periodo de 50 años.Las obras comenzaron en 1922 bajo la dirección de los arquitectos José Espeliú y Manuel Muñoz Monasterio. Fue inaugurada el 17 de junio de 1931, con el nombre de «Las Ventas del Espíritu Santo» y el primer festejo programado fue promovido por el alcalde de Madrid, Pedro Rico, con el fin de recaudar fondos a beneficio de los obreros que se encontraban sin trabajo. Después de que los madrileños presenciasen este primer festejo, las puertas de «Las Ventas del Espíritu Santo» se cerraron durante tres años para continuar con las obras en los accesos. La inauguración oficial de la Monumental de Madrid se anunció para el 21 de octubre de 1934, con toros de Carmen Federico para Juan Belmonte, Marcial Lalanda y Joaquín Rodríguez «Cagancho». El arquitecto y autor del proyecto, Juan Espeliú, murió antes de ver terminada su grandiosa obra. Mientras la plaza de toros se iba llenando, la Banda Municipal ofreció un concierto. Quede para las efemérides que el primer pasodoble que sonó dentro de la Monumental fue «España Cañí», del maestro Marquina. Con el estallido de la Guerra Civil Española se suspendieron los festejos y las obras de mejora. El ruedo se convirtió en un gran huerto abandonado a su suerte, donde crecía todo tipo de vegetación. Finalizada la contienda, la Monumental abrió de nuevo sus puertas el 24 de mayo de 1939, con un cartel en el que figuraban Marcial Lalanda, Vicente Barrera, Luis Gómez «El Estudiante», Pepe Amorós, Domingo Ortega, Pepe «Bienvenida» y el rejoneador Antonio Cañero. Y, por supuesto, se reanudaron las obras de la explanada que rodea a la plaza. La década de los cuarenta reflejó la situación del país. Se celebraron más novilladas que corri-das de toros, principalmente por la situación en que había quedado la cabaña de bravo, ya que sus ejemplares habían servido de abastecimiento a las tropas de ambos bandos. Esta fue la época de «Manolete»; «El Monstruo» dejó para el recuerdo grandes faenas en el coso venteño. Su corto ciclo taurino se cerró trágicamente en el año 1947 coincidiendo con la consolidación del prestigio de la ya famosa plaza, que llegó con la Feria de San Isidro, una idea feliz de don Livinio Stuyck. A partir de entonces, se convirtió en la plaza de toros más importante del mundo, tanto que mereció un pasodoble, «Plaza de las Ventas», del maestro Ma-nuel Lillo.

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