Mostrando 171 a 180 de 260
La música, como arte abstracto, cristaliza en el sonido que emana del instrumento, siendo música e instrumento el reflejo de una circunstancia histórica indefectiblemente sujeta a las circunstancias sociales y culturales del momento. Cabe preguntarse si es la música la que se ajusta al instrumento o si ese proceso es inverso. Se trata de una relación simbiótica que históricamente ha generado maravillosas creaciones. El instrumento y su intérprete han sido los canalizadores de un concepto creativo anterior y, para ello, han necesitado explorar y desarrollar en cada época los diversos recursos técnicos a su alcance. El hecho es que, a diferencia de otros instrumentos en los cuales el estudio pormenorizado de la técnica instrumental se ha llevado a cabo de manera sistemática desde el punto de vista de la ejecución (piano, violín, violoncello ), la investigación en torno a los procedimientos técnicos y recursos propios de la guitarra ha sufrido una evidente falta de estructuración. Su intrincada historia, las transformaciones organológicas y las múltiples vicisitudes por las que ha pasado, podrían explicar esa circunstancia.
La saeta, cante hecho oración, es sin duda, un símbolo de la Semana Santa Andaluza y, también, de otras regiones españolas. Nacida como cante llano, salmodiado, al calor de las procesiones de las órdenes mendicantes, pronto enraíza con la religiosidad musical y popular de numerosas ciudades y pueblos de nuestra geografía. Este libro, partiendo de esta realidad, profundiza en el proceso sinuoso y complejo de su aflamencamiento, llevado a cabo durante un largo período que abarca la segunda mitad del siglo XIX y primeros del XX y que no se puede adjudicar a ningún cantaor en concreto sino, más bien, a la lenta maduración evolutiva de la manera de entender y ejecutar un cante matriz, la seguiriya, por una etnia, la gitana, acostumbrada a llevar a su terreno coplas populares del acervo musical castellano. La amplia documentación manejada, las noticias publicadas por la prensa de la época así como las grabaciones que se indican aportan un contenido muy completo para comprender, valorar y apreciar una forma de cantar expresada con el sentimiento indefinible de lo jondo
Colección de cantares popuplares y originales. Los versos de Ferrán mantienen el pulso con el tiempo, resisten el paso de los años, de las modas, y las tendencias.
Seis años le ha llevado a José Luis Ortiz Nuevo reconstruir la vida de Enrique Morente durante el periodo (1969-1976) de su consolidación como cantaor bajo el convencimiento de que el flamenco debía buscar nuevas perspectivas desde la tradición y abrirse a otros caminos. «El cante no puede quedarse monumentalizado, fosilizado, en la seguiriya de Manuel Torre. O crece o muere», escribía José G. Ladrón de Guevara al hilo de este Morente ya revolucionario que vislumbraba cantes en los versos de Miguel Hernández. Así, es el nacimiento de la arriesgada heterodoxia morentiana lo que se celebra en esta primera entrega de Libro de Morente, el reto más ambicioso de los enfrentados por el Poeta de Archidona, pues Ortiz Nuevo no solo se contenta aquí con documentar y ahuyentar de tópicos, mentiras y lugares comunes aquellos años irrepetibles de juventud compartida con el cantaor granadino. Igualmente, revoluciona sus anteriores memorias flamencas —en las que se dejara poseer por los recuerdos de Pepe el de la Matrona, Enrique el Cojo, Tía Anica…— abriendo su escrito a una sentida autobiografía en forma de diálogo con el amigo desaparecido antes de tiempo. Puede que, simplemente, porque ya no quede más «viejo superviviente» que él mismo, ni mejor manera de recordar que entablando conversación con lo que perdura y resiste.
Más allá de los tópicos, la figura de Lola Flores es una pieza clave en la historia de la cultura popular de la España contemporánea. Este ensayo recorre la exitosa trayectoria de la artista jerezana en el teatro, la copla, el baile, el cine o la televisión, analizando tanto su evolución como su huella en la memoria sentimental, para trazar una radiografía sociológica del país, el mundo del espectáculo y las industrias del entretenimiento.
Se ha repetido muchas veces que un periodista del The New York Times al ver actuar a Lola Flores escribió: «No canta, no baila, no se la pierdan». La frase es genial, sin duda, pero lo más genial es que ningún periodista escribió eso en ninguna parte: el eslogan lo inventó la propia Lola Flores.
En los años setenta del siglo pasado un joven escritor que decía sí a todo lo que le encargaban, aceptó hacer un libro sobre Lola Flores: estaba entre el poema y la biografía, un ensayo de corte intelectual que aspiraba a hacer sociología del fenómeno Lola Flores, a quien veía como arquetipo de la Petenera...
Francisco Umbral indagó en la figura de Lola Flores, en su conversión en mito nacional, en este libro que reeditamos ahora completándolo con otros textos posteriores en los que el gran escritor, para enfado de la gran Lola, reconocía a esta como la «encarnación de la España de la pandereta y el lerele». No es una biografía, no es un poema, no se lo pierdan.
Lola , el brillo de sus ojos, es un intento de descifrar el enigma de una artista revolucionaria y única. Una mujer de origen humilde que teniendo todo en contra consiguió el éxito y el reconocimiento internacional. Desde sus orígenes, en Jerez de la Frontera donde consiguió ser ?la gachi más gitana ?. Teniendo el reconocimiento de la cultura gitana, los flamencos,y todos sus compañeros del mundo arístico. Lola Flores, hermana de Carmen Flores y madre de artistas con Lolita, Rosario y Antonio, nació en Jerez el 21 de enero del 1923, falleció en Madrid el 16 de mayo de 1995, y hoy 27 años después todavía sigue levantando pasiones.
Este libro ofrece una nueva visión del arte flamenco. Recopila retratos de los más reconocidos artistas del género captando el "duende" de cada uno de ellos. Estas fotografías estuvieron expuestas en el Teatro Villamarta en el otoño de 2.000. Muy recomendado.
La copla flamenca encierra una gran riqueza literaria que ha despertado la admiración de escritores y folcloristas, que ven en ella una prueba más de la imaginación y creatividad del pueblo. Los escritores encuentran en las letras flamencas una poesía elemental y profunda, alejada de retóricas superficiales e innecesarias.
La malagueña es una variedad de cante popular andaluz que surge a finales del siglo XVIII de la evolución del fandango, alcanzando su cenit en la segunda mitad del siglo posterior. Ligada en su origen al baile, los ritmos de sus melodías eran de base ternaria y sus frases se ajustaban a un metro de cuatro compases. En su adaptación como palo flamenco fue, sin embargo, abandonando paulatinamente el compás, lo que propició un mayor desarrollo de los tercios, dando ocasión al tiempo al lucimiento vocal de los intérpretes.
Sus letras nos hablan del amor y los celos, de la muerte del ser amado, en particular de la madre, o del terruño. Otras dejan traslucir estados de ánimo del sujeto –abundan las situaciones dramáticas o de sufrimiento–; y otras revisten carácter sentencioso. De un hipnótico lirismo, la malagueña es, como decía Gras y Elías, «la melodía del alma; es el ¡ay! que brota de lo más hondo del corazón, la cuerda más armoniosa del sentimiento».
Resulta admirable el amplísimo número de estilos en los que la malagueña fue ramificándose con los años. Entre sus creadores figuran nombres míticos como Juan Breva, Enrique el Mellizo, Francisco Lema “Fosforito” o don Antonio Chacón. A ellos hay que sumar los del Canario, el Perote, el Niño de Tomares, la Trini o la Peñaranda; así como el de tantos otros que con sus aportes contribuyeron al engrandecimiento y definitiva consolidación de este cante como palo de referencia del flamenco.