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Nuestros trotamundos supieron en sus lances por el planeta contrastar que, en efecto, el ser terrestre flamenco ha alcanzado algún que otro logro plausible con su único estilo de rasgar el silencio y modelar el espacio. Habían puesto el flamenco en er mundo. Y sucedió así que los oriundos de su lar, los caseros compatriotas, aprendieron, de cuando en cuando, a disfrutarlo sin rubor y, de vez en vez, lo adoptaron y valoraron. Falta añadir, es lo más suculento, que cuando reaparecieron los expatriados, lo hacían acompañados de nuevos fieles practicantes y con un repertorio mejorado por el intercambio de ingenios con demás terrícolas, alimentando al fin nuestro sano crecimiento. La que viene es parte decisiva de esta rica rica historia, configurada en la Edad Contemporánea con aires de Andalucía, una historia tan flamenca, son son, para que tú la goces, son son, para contársela al viento. ¿Nos acompaña en la batida? Comencemos instruyendo al que no sabe —o no acierta a explicarse. No sé… llámenme simple, táchenme de intrigante o, directamente, pónganme de traidor, pero va a ser que: ¡la abrumadora colectividad de soberanos artistas flamencos, primeros representantes trasatlánticos de nuestros aires, las figuras que sentaron plaza flamenca en NYC y, desde el Manzanón, siguiendo una aventura que en París comenzó, se pusieron el mundo por montera, hechas las excepciones excepcionales, andaluces no fueron! ¡Y muchos ni tan siquiera españoles!, pero de esos a los que, tan imbuidos de flamencura, no se les vio ni la matrícula ni el pasaporte en su labor profesional.
Nuestros trotamundos supieron en sus lances por el planeta contrastar que, en efecto, el ser terrestre flamenco ha alcanzado algún que otro logro plausible con su único estilo de rasgar el silencio y modelar el espacio. Habían puesto el flamenco en er mundo. Y sucedió así que los oriundos de su lar, los caseros compatriotas, aprendieron, de cuando en cuando, a disfrutarlo sin rubor y, de vez en vez, lo adoptaron y valoraron. Falta añadir, es lo más suculento, que cuando reaparecieron los expatriados, lo hacían acompañados de nuevos fieles practicantes y con un repertorio mejorado por el intercambio de ingenios con demás terrícolas, alimentando al fin nuestro sano crecimiento. La que viene es parte decisiva de esta rica rica historia, configurada en la Edad Contemporánea con aires de Andalucía, una historia tan flamenca, son son, para que tú la goces, son son, para contársela al viento. ¿Nos acompaña en la batida? Comencemos instruyendo al que no sabe —o no acierta a explicarse. No sé… llámenme simple, táchenme de intrigante o, directamente, pónganme de traidor, pero va a ser que: ¡la abrumadora colectividad de soberanos artistas flamencos, primeros representantes trasatlánticos de nuestros aires, las figuras que sentaron plaza flamenca en NYC y, desde el Manzanón, siguiendo una aventura que en París comenzó, se pusieron el mundo por montera, hechas las excepciones excepcionales, andaluces no fueron! ¡Y muchos ni tan siquiera españoles!, pero de esos a los que, tan imbuidos de flamencura, no se les vio ni la matrícula ni el pasaporte en su labor profesional.
Abordamos en esta segunda parte dedicada a los flamenconautas, intrépidos navegantes por el jondo Atlántico, los sensacionales triunfos de nuestros grandes de la danza y el toque, que contaron en la Gran Manzana con el decidido apoyo del pueblo judío y de las cabezas del “entertainment” estadounidense, con Sol Hurok a la cabeza. Se revisan los incomparables episodios neoyorquinos del eminente Vicente Escudero, La Argentinita y Pilar López, el ubicuo maestro Juan Martínez, Ana María, Soledad Miralles, Rosario y Antonio…, o la inmortal Carmen Amaya, que hicieron de Nueva York por años el centro neurálgico de nuestra danza. Cuando España se desangraba, desde EE UU la Modern Dance aflamencándose gritaba al planeta por nuestro luto y acudieron en defensa de la Democracia las Brigadas Internacionales… Con las cuerdas de nailon que en Nueva York ideó Andrés Segovia, la guitarra flamenca toma la palabra comenzando allí, en Manhattan, su andadura concertística de la mano de Carlos Montoya y el, hasta ahora, apenas estudiado Vicente Gómez, figurón que dio al mundo el famoso “Romance anónimo” y mucho más; con ellos estuvieron también Jerónimo Villarino o Luis Yance… Cerramos con el regreso a España de Carmen Amaya, ya intrépida aeronauta, y revisando minuciosamente el caso del baile por tarantos y su venida al mundo, desde el Nuevo Mundo.
Llega el avión, el microsurco y la Hi-Fi, y, tras los pasos de Pilar López, regresan de Nueva York, nuestros genios expatriados, Carmen Amaya, Rosario y Antonio, marcando el territorio flamenco con sus renovados pasos, poses y actitudes artísticas. De repente el arte jondo andaluz recobra el pulso por mor de unos virtuosos que se han refinado, madurado y crecido en Nueva York. Edgar Neville los acoge en su largometraje “Duende y misterio del flamenco”, que más bien debió denominarse “del flamenconauta”. El varón danzante toma la escena, siguiendo las huellas de Antonio –por la tierra o en sus brincos airosos–, reconvertido en el bailarín de España. Muchos de los valores que saltan a la palestra, todos bailando la farruca del “Sombrero de tres picos” conformada por los Ballets Rusos –¿podríamos hablar de la ‘farrusa’?–, proceden de Nueva York: José Greco, Manolo Vargas, Roberto Ximénez, Luisillo, Roberto Iglesias, Ángel Pericet, Rafael de Córdoba, el maestro Granero… Carlos Montoya, desde Manhattan, impone en el mundo la guitarra flamenca de concierto, y Lola Flores, el RAP. En 1955 comienza la fiebre española, un periodo de más de diez años en que todo lo español, desde Nueva York, se impone en América. Los artistas van y vienen, con su jet-lag en plan ole-stars. Así reaparecen en la Gran Manzana, celebrados por las multitudes y la crítica, Vicente Escudero y Carmen Amaya con Sabicas, que allí se asienta. El guitarrista que acompaña al tío Vicente, Mario Escudero, se hará compadre de Sabicas y por igual decide que en EE UU se le escucha, decide quedarse, impone maneras… Con José Greco, un adolescente llamado Paco de Lucía descubre América el filón que representan Sabicas y Mario Escudero, se entera, lo asume, y nada volverá a ser igual.
Este curioso alegato es, más que un método del arte de las castañuelas, un tratado científico-filosófico camuflado, cargado de una finísima ironía contra lo que en la época se entendía como la "España cañí". Las nociones fundamentales de la Crotalogía ó ciencia de las castañuelas, la descripción y construcción de las éstas o el método exclusivo y fácil para aprender a tocar este instrumento de manera autodidacta dejan entrever la sátira mordaz y afilada del autor. Este facsímil reproduce la edición de la Imprenta Real, impresa en Madrid en 1792.
Con un sentido satírico poco habitual, Alejandro Moya, pseudónimo de Juan Fernández de Rojas (1750-1819), remeda y parodia en esta obra los tratados científicos y filosóficos tan en boga en la época de la Ilustración. En este viaje en el que discurren personajes de la talla de Locke o Voltaire, el autor nos presenta sarcásticamente las múltiples lacras de Crotalópolis, nombre tras el que se oculta el Madrid de la época. En realidad, el título de El Triunfo de las castañuelas no es más que un pretexto, un reclamo al lector, tras el que este fraile agustino encierra una afiladísima sátira social. Inundada la obra de un humor inteligente y vivaz, Fernández de Rojas llegó a dedicar la obra a Francisco Agustín Florencio, autor del título Crotalogía ó ciencia de las castañuelas, publicado en esta misma colección, que no es sino uno de los tantos pseudónimos que empleó el autor a lo largo de su trayectoria literaria.
Recopilación que intenta mantener cierta unidad personal de tono y contenidos; algunas de ellas han pasado a formar parte del acerbo popular en las voces de cantaores como Calixto Sánchez, José Parrondo o Paco Moya.
José Luis Rodríguez Ojeda, consumado autor de letras flamencas, escribe este libro de poemas, de homenaje y de meditación sobre el arte flamenco, desde la experiencia personal como autor y como aficionado, siendo sus reflexiones resultado de una vida entregada a esta música y su palabra.
Repasando estos ya vetustos artículos de prensa he llegado a comprender por qué decidí ser un día crítico de flamenco: Porque sentí la imperiosa necesidad de opinar públicamente sobre un arte que me cambió radicalmente la vida. Y de hacer algo por él...
A Palo Seco. Veinte años de crítica flamenca es, en esencia, la muestra de cómo un periodista, hecho a sí mismo, es capaz de transmitir a sus lectores el amor y el conocimiento que derrochan quienes bebieron de fuentes flamencas desde la misma cuna.