Vallejo vivió la época dorada del cante, inmerso en aquel burbujeante universo inquieto y creativo de voces, irrepetibles, que habría caminos de estreno y buscaban rumbos nuevos desde los colmaos de estrenos hasta el fragor de las juergas alimentadas por señoritos caprichosos. Este es el mundo que le tocó vivir a Manuel Vallejo. Fue ahí donde la personalidad del cantaor sevillano alcanzó metas apoteósicas, jamás cayó en pretendidas innovaciones o aportaciones que, al final, no pasaban de mistificaciones, ni entró originalidades que casi siempre entronizaban en el pósium de lo inalcanzable quines, por sistema, le negaron el pan la sal desde el principio. Es el momento de colocarlo en su justo lugar, en su sitio justo. Pero eso es cosa de aficionados o de críticos, imparciales, desapasionados, de buenos cabales sin prejuicios, que afortunadamente para el mundo del Flamenco los hay.