El triunfo de la Democracia como forma de gobierno es inobjetable y por ello, se asume como el único principio de gobierno genuino de las sociedades modernas; la democracia es la expresión de la legitimidad. Aunado a ello, también es evidente el desencanto por la democracia ante el peso de los intereses de una minoría sobre los de la mayoría; ante situaciones en donde el papel de las élites es simplemente sortear y manipular las demandas sociales; ante cifras que evidencian la corrupción como práctica cotidiana de los gobernantes y, ante un Estado no interesado, más allá del discurso, en constituir un conjunto de derechos universales de ciudadanía. La Democracia es la forma de gobierno imperante pero, por sí misma carece de la fuerza necesaria para enfrentar y resolver los problemas complejos de las sociedades actuales. Este estado de cosas es campo propicio para pensar en la Posdemocracia como la posibilidad de rebasar precisamente a la Democracia Liberal y para ello, hay que volver sobre el camino.
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