Los faros quizá surgieron para calmar la desesperación de quienes esperaban el retorno de los barcos perdidos en la oscuridad de la noche. Al principio, no eran más que grandes hogueras encendidas sobre los acantilados y confiadas a un vigilante que había obtenido un cierto prestigio en este ritual, pero cuando las ciudades crecieron junto a las costas y se construyeron los primeros puertos, los faros se convirtieron en inmensas torres, como por ejemplo, la que guiaba los barcos que llegaban a Alejandría, en la isla de Pharos, o la conocida como el Coloso de Rodas, bajo cuyas piernas los barcos entraban en el puerto.