Ana Gómez Díaz-Franzón actualiza esta otra dimensión de un pueblo más conocido por su enorme patrimonio histórico-artístico, pero, sobre todo, añade un título más (y muy necesario) al relato de las localidades históricas del turismo español, una historia que ha mirado mucho más hacia el norte (Gil de Arribas, Larrinaga, Roza, Álvarez Quintana…) el mediterráneo (Buades, Vives Reus, Barceló, Arcas Cubero y García Sánchez…) o, incluso, a los balnearios, tanto los litorales como los de altura (Alonso, Montserrat Zapater…)
Sin duda, Sanlúcar aparece como una excepción llena de peculiaridades y personalidad propia, difícilmente asimilable a otras. La localidad tiene una ubicación muy especial, en la desembocadura del río Guadalquivir, frente al Atlántico gaditano a una distancia razonable de Sevilla, a la que estuvo durante siglos ligada por el río y la potente Jerez, de la que dista apenas veinte kilómetros hacia el interior. La cercanía a ambas localidades ha configurado y definido la personalidad sanluqueña durante siglos, primero como apéndice en la carrera de Indias que capitalizaba Sevilla, luego como onda expansiva de la cultura vitivinícola jerezana. También el por qué de su nacimiento como centro de veraneo está ligado a ambas burguesías que fueron las que pusieron sus ojos en esta localidad que rozaba los 25.000 habitantes empezando el siglo XX y que, ya desde finales del XIX, se consolidó como el principal (y único) enclave turístico litoral del sur español.