Hablar de los jerezanos alto y claro no es un asunto demasiado frecuente. Sí es cierto que se ha dicho mucho, sobre lo más evidente y ruidoso, sobre las estéticas jerezanas, sobre ese "señorito" engominado y de meñique tieso, sobre inacabables apellidos, sobre vinos y caballos; pero hay muchos aspectos que se han quedado en el tintero o han sido tratados de refilón. No obstante, es apasionante descubrir que, tras cada esquina, en los oscuros zaguanes, dentro de los envinados muros bodegueros, bebiendo a mansalva en un tabanco, hay vida distinta a la que esbozan los cronistas acomodados y a esa ciudad estática y atrapada por unos pocos. Allí encontró el autor a los "duendes" jerezanos, bulliciosos, auténticos, justicieros, disparatados e impredecibles...